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Cabezas, en nombre de la verdad

  • Foto del escritor: Grupo Avui
    Grupo Avui
  • 29 ene 2023
  • 4 Min. de lectura

Por Alejo Román Paris*




El 25 de enero de 1997, el cadáver del reportero gráfico José Luis Cabezas fue hallado calcinado y esposado dentro de un auto, en el fondo de una cava ubicada en el kilómetro 385 de la ruta provincial 11, a la altura de General Madariaga, en la provincia de Buenos Aires. Los peritos forenses determinaron que había fallecido a causa de dos disparos en la cabeza. Las investigaciones del caso fueron llevadas adelante por la Fiscalía de la ciudad de Dolores, donde correspondía por jurisdicción. El camino no fue sencillo. La oscuridad del crimen fue la respuesta al trabajo periodístico de Cabezas, quien casi un año antes había utilizado una cámara fotográfica para retratar el rostro de un empresario escondido en las sombras. Oriundo de la localidad entrerriana de Larroque, Alfredo Yabrán era prácticamente un secreto innombrable, hasta que Domingo Cavallo, que por ese entonces era Ministro de Economía de la Nación, lo volvió familiar al oído público. Cavallo acusaba a Yabrán de mover los hilos del país mediante empresas en su poder, pero no declaradas: correo privado, con Oca; clearing bancario, con Ocasa; depósitos fiscales, con Edcadassa; carga y descarga de aviones, con Intercargo; freeshops, con Interbaires. El dominio de esta maquinaria le daba control sobre todo lo que llegaba al país, sin intermediarios. Esas empresas formaron parte de la lista que Cavallo le adjudicaba a Yabrán, cuando su apellido comenzó a trascender durante la primera mitad de la década del ‘90. Su rostro, sin embargo, nunca había sido captado por la atención pública. “El mejor truco del diablo fue hacerle creer al mundo que no existe”, escribió el poeta francés Charles Baudelaire. Alfredo Yabrán parecía haber tomado nota de eso

. Sin embargo, Cavallo ya había hecho conocer su nombre. Quizás por ese motivo, todavía jugando a ser el hombre sin rostro, el temerario empresario mencionó una frase que reverberaría en la eternidad: “Sacarme una foto a mí es como pegarme un tiro en la frente”. Sus palabras generaron cierta conmoción en aquel momento, pero no muchos habrán advertido que la oscura metáfora encriptaba el mensaje mafioso que implicaría la muerte de Cabezas. En general, lo prohibido va de la mano de la tentación. En el periodismo, lo que el poder manda prohibir debería serlo aún más. En efecto, para Cabezas, así fue. Aunque su declaración buscaba todo lo contrario, desde que Yabrán pronunció aquella frase, le puso precio al botín. Todo el periodismo quería la foto que completara el rompecabezas, poniéndole rostro al nombre. En la década del ‘90, cuando la telefonía inteligente era apenas una quimera, aquello no era tarea fácil. Menos tratándose de un empresario con tanto poder y con tanta conciencia de poder como Yabrán, que estaba blindado por su equipo de custodia privada. Si se hace un esfuerzo, se recordará que, en ese momento, Gabriel Michi y José Luis Cabezas conformaban el equipo periodístico de la Revista Noticias que cubría las temporadas de verano en Pinamar. Por aquellos días, cuando el jet set y la política nacional se mezclaban entre la frivolidad y el consumo ostentoso, la ciudad balnearia era una vidriera de época. El 16 de febrero de 1996, la esposa de Cabezas posó como cualquier turista que busca inmortalizar el recuerdo de una tarde de verano. José Luis apuntó, enfocó y gatilló. Pero, en realidad, el blanco no era la mujer con la que convivía. El fotógrafo apuntaba al hombre que aparecía varios metros detrás. En el fondo de la imagen, de torso desnudo y malla blanca con detalles en bordó, aparecía el verdadero blanco de las acciones del reportero. Así, José Luis Cabezas logró la foto que muchos buscaban, sin sospechar que le costaría la vida un año después. La imagen fue publicada en la portada de la revista Noticias del 3 de marzo de 1996, bajo el título “Yabrán ataca de nuevo”. Desenfado Vistas en perspectiva, las fotografías tomadas por Cabezas denotan un estilo característico, donde el ángulo contrapicado busca ganar en expresividad. Mirando hacia arriba, como los niños, el blanco fotográfico se somete a la cámara que toma la imagen desde un plano superior. Detrás del estilo, se impone un mensaje: al poder lo tiene la cámara, el ojo de la verdad.

Cabezas esgrimió este rasgo característico en diferentes oportunidades. Una muy importante fue en un artículo sobre la policía bonaerense, publicado bajo el título de Maldita policía. Fue ilustrado con varias imágenes tomadas por Cabezas, una de ellas exhibía el estilo en cuestión. La fotografía retrató a Pedro Klodczyk, jefe de Policía de La Plata, mirando a la cámara desde abajo. Cabezas logró el ángulo pisando al escritorio de Klodczyk, en sintonía con un estilo irreverente. A partir de los testimonios aportados durante el juicio por el crimen de Cabezas, se reconstruyó lo ocurrido aquella madrugada del 25 de enero de 1997. Cabezas fue interceptado por la banda denominada Los horneros, conformada por el oficial de la Policía bonaerense Gustavo Prellezo, por orden de Gregorio Ríos, jefe de la custodia privada de Alfredo Yabrán. Lo capturaron cuando estaba por ingresar en el domicilio donde estaba viviendo junto a su familia, en Pinamar. Lo golpearon, lo esposaron y lo trasladaron hasta el sitio donde sería encontrado sin vida. De la reconstrucción de los hechos a base de los testimonios brindados en el juicio, pero también gracias al peritaje forense, se supo que Prellezo le disparó a Cabezas cuando este estaba de rodillas, desde un ángulo parecido al que tantas veces el reportero gráfico utilizó para su trabajo. Cuando la policía halló el cadáver, también emuló el ángulo contrapicado de Cabezas. Dirigiendo la mirada hacía bajo, al fondo de la cava, encontraron el cuerpo calcinado dentro del auto. Una hipótesis apresurada propondría interpretar estos mensajes del siguiente modo: el poder es capaz de someter a la verdad. Es cierto que José Luis Cabezas fue mucho más que un reportero gráfico. Fue hijo, esposo y padre. Sin embargo, resulta imprescindible valorar el mensaje que dejó en su praxis profesional. Consciente o no de su exposición, Cabezas nunca bajó su cámara fotográfica. Murió por defender el ejercicio de su profesión, que en el periodismo genuino sólo se alimenta en la búsqueda de la verdad. *Especial para El Diario


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